Todas mis medias huelen a él
por hosefetish
-Cariño, tenemos que hablar- Claire lo dijo sin tomar aire, clavando los ojos en su elección para el postre. Cogió su bolso Vuitton morado y sacó un espejito de mano para mirarse el maquillaje. Su parecido con la actriz Beth Behrs era cada día más patente, sobre todo gracias a su look “rubia-barbie-de-pelo-liso-estilo-japonés” tan acorde con el personaje de Caroline en la serie “Dos chicas sin blanca”. La paradoja del asunto es que ella no podía considerarse precisamente una chica sin blanca, teniendo en cuenta que tras casarse con un magnate neoyorquino llamado Bob Tandler (veintidós años mayor que ella), compartía una fortuna de 47 millones de dólares.
-Espero que no me hayas pedido que te trajera a la La Terrazza dell’ Eden de Roma para pedirme el divorcio. En tal caso me podrías haber ahorrado el jet privado. Y desde luego habría sido una grosería por tu parte haber pedido un vino de 400 euros la botella, cariño.
-No, no quiero el divorcio. Tranquilo. Pero tienes que saber algo.
Claire llevaba puesto un minivestido negro de Chanel, muy elegante, con unas pantimedias negras superdelicadas de Dorian Grey que le proporcionaban una textura sofisticada y sensual a sus largas y delgadas piernas. Sus encantadores pies de princesa calzaban unas increíbles sandalias de Jimmy Choo muy caras, con abertura delantera que dejaban al descubierto unos deliciosos deditos, frutos de innumerables sesiones de pedicura. La fina línea de la costura de las medias los acariciaba.
-Dispara, cielo. ¿Es el precio de ese nuevo bolso? ¿Es eso? -preguntó Bob con una sonrisa tímida.
-No, eh, digamos que… En fin, cariño…-Claire suspiró y tomó aire: -Te he sido infiel. Ya está. Bueno, eh, te soy infiel quiero decir. Bueno, que te sigo siendo infiel en el presente. ¡Dios! Lo siento.
Bob casi se atragantó con su copa de L`Ermita del 2002.
-¿Qué quieres decir? ¿Qué me estás poniendo los cuernos? Claire, ¿y dices que no quieres el divorcio? El divorcio lo quiero yo.
La tensión entre ambos se podía cortar con un cuchillo. El restaurante era de lo más selecto y los dos sabían que un tono de voz algo elevado estaba mal visto entre los responsables del local.
Claire se tocó su colgante gota de diamantes Tiffany Grace y Bob al verlo se acordó que se lo regaló dos meses atrás, para su aniversario de bodas, un capricho de 3.290 dólares para ser exacto. Bob tragó un nudo en la garganta al pensar que cuando se lo compró, ya era un cornudo sin saberlo.
-Lo siento, Bob. No sé cómo decírtelo. No creas que ha sido fácil para mí tenerlo guardado en mi interior.
Bob puso los ojos como platos.
-¿Quieres consuelo, amor? Esto es increíble. ¿Y quién es?
-¿Quién?
-¿Qué con quién me pones los cuernos, amorcito?
Bob estaba hablando un poco más alto de lo que se estilaba allí, y era probable que algunas palabras llegaran a oídos de otras mesas.
-Es mejor que no lo sepas, en serio.
-Claire, no me obligues a montar un numerito. Dime ahora mismo quién es o no respondo de mis actos.
-Esta bien, es El Jimmy.
Bob se quedó unos segundos en blanco. Su mente comenzó su particular búsqueda entre los archivos de nombres de su mente, pero llegó terriblemente a una conclusión: había solo un “El Jimmy” y era el novio de su hija Andrea, un negro de poco más de veinte años, inflado de esteroides y con un cerebro del tamaño de un dedal, incapaz de articular una frase coherente y comprensible. No, imposible, no podía ser él, sería demasiado… humillante, doloroso.
-¿Quién coño es El Jimmy, cariño?
-Ya sabes quién es.
-No, quiero escucharlo de tu boca, Claire. Especifica, por favor.
-Es el novio de nuestra hija, Bob. Pérdoname. Lo siento, de veras, pero no lo puedo evitar.
Bob permaneció en silencio. Su corazón empezó a martillearle el pecho. Era una pesadilla, eso era. Aquello no estaba ocurriendo de verdad. Su cerebro le estaba jugando una mala pasada, eso era todo. Que su hija Andrea de 19 años recién cumplidos se liara con ese tipo había sido siempre un tema de repulsa dentro de sus habituales conversaciones de matrimonio. Bob aún podía oír a su mujer decir que su hija se merecía algo mejor, que aquel saco de músculos sólo le iba a traer problemas, drogas, y esas cosas. No era cierto, Claire no podía haberse… acostado… Dios… ¡follado a ese cabronazo!
-Claire, cielo. Amor mío, esto es una broma, ¿verdad? Dime que es una puta broma…
-Shhh, cálmate, Bob. Es un buen chico, no lo infravalores. Tiene solo 22 años, pero es todo un hombre, créeme.
Todo un hombre… Aquellas palabras atravesaron el corazón de Bob como flechas puntiagudas. Dadas las circunstancias, su mujer no debía haber utilizado esas palabras… Todo un hombre.
-Claire, dime que estoy soñando.
-Desde el principio me sentí atraída por él. Sé que muchas veces he dicho cosas horrorosas de él cuando hablaba contigo, pero creo que era para autoconvencerme de que era una locura sentirse atraída por esa virilidad bruta, sin más. Pero es algo que a veces nos gusta a las mujeres. Y además, ese cuerpo con tantos músculos… Dios mío, Bob, tiene unos brazos que son como dos muslos tuyos… Tienes que entenderlo.
Escuchar cómo su mujer se estaba justificando, lo estaba matando. En serio, era demasiado.
-¿Desde cuándo llevas liada con él?
-Desde hace tres meses más o menos.
Tres meses: el collar de Tiffany. Mierda, ya estaba follándoselo cuando se lo regaló. Puta.
-¿Cómo fue? ¿Quiero decir? Madre mía… ¿Andrea lo sabe?
-No. No lo sabe, y espero que no lo descubra, porque sería muy fuerte. Todo empezó una tarde en que llegó El Jimmy a nuestra casa de Marbella. Tu estabas de viaje y yo venía de una convención de joyas. Le abrí la puerta y le dejé entrar. Andrea estaba terminando de ducharse y le invité a tomar algo. Estuvimos hablando y…
-¿Hablando? -le interrumpió Bob- ¿Se puede saber qué tipo de conversación pudiste mantener con él?
-Pues hablamos de sus progresos en el gimnasio. Sí, de eso hablamos, Bob. De que levantaba un montón de kilos en press de banca o algo así. Yo le pregunté que si podía tocarle el bíceps, para comprobar sus progresos y Dios mío, se quitó la parte de arriba sin avisar, así, de pronto, y me enseñó ese brazo… Ufff. Una cosa llevó a la otra y…
-¿Te lo tiraste allí mismo, mientras nuestra hija estaba en la ducha?
-Bueno, ese día solo se la chupé.
Solo se la chupé… Aquello era demasiado para Bob. No podía más. Claire se apresuró a calmarlo con más argumentaciones de las suyas.
-En serio, cariño, El Jimmy es un impresionante ejemplar de macho capaz de trastocar a cualquier tía. No es solo a tu hija y a tu mujer, Bob. No lo entiendes, pero es su piel de chocolate, ese cordón de oro tan vulgar colgado del cuello, esas gafas de sol estilo policía que nunca se quita, ese aroma a hombre superior… ¡Oh Dios mío! Desde siempre he pensado que los negros eran sexys, pero Bob… ¡Me quedé impactada! No pudo hacer nada por evitarlo.
-Y ¿cómo dices que iba vestido…?
La pregunta desconcertó a Claire un poco, pero al notar un descenso en el tono de su marido, creyó percibir un atisbo de sumisión que le encantó y le respondió:
-Con un chándal negro de Nike superajustado. No llevaba camiseta debajo, y claro, su torso quedaba muy marcado. Y te garantizo que con ese torso tan robusto y fuerte que tiene estaba de infarto. Además mascaba un chicle en plan chulo de barrio. Es que es toda su actitud lo que me vuelve loca.
-Increíble que te esté oyendo decir esas cosas, Claire. ¿Y cómo pudo acabar el asunto en mamada? Si puede saberse.
-Pues al principio era muy educado, claro que después no tanto… Me dijo en su lenguaje de cani que “era una tía to fina”, y que “estaba to buena”. Yo le dije que seguramente me vería algo vieja, pero me aseguró que tenía un culo mejor que el de Andrea y que tenía un par de polvos. Le dije que nunca me habían hablado tan soez, tan rudo, y que me ponía a mil…
-¿Eso le dijiste? Mmmm, qué zorra eres Claire.
-Shhh, calla y escucha. Él sonrió y agarró su miembro con firmeza. Me miró detrás de sus gafas de sol y me preguntó con su voz rasposa: ¿La señora Tandler quiere probar el rabo con el que se corre su hija a chorros?
Bob sintió un dolor en su estómago, sin embargo, aquella humillación que estaba sufriendo al oír aquellas palabras, encerraban una pequeña llama de excitación que acababa de prenderse en su interior, cosquilleándole la polla.
-Qué bajuno.
-¿Has visto, Bob? Sonó tan bajuno que me resultó superprovocador. Yo me puse delante de él, sin saber qué hacer. Decidí besarle la boca así en plan desenfrenada, metiéndole la lengua hasta la garganta, ya sabes, como una posesa. Fue supersexy. Nunca había besado a un negro, pero sentir esos labios gruesos es otra historia. Luego le fui lamiendo el pecho, ese pecho de acero, mmmm. Me detuve en sus pezones como una colegiala desesperada. La verdad es que me mojé entera al repasar ese torso tan musculado y lleno de venas. Y mientras lo hacía le decía que era una mujer insatisfecha, que sentía celos de mi hija, que tú no eras ni la mitad de hombre que él. Que lo intentabas, pero que yo necesitaba a un macho de verdad y no a un maricón sumiso, endeble y cornudo como tú -Claire hablaba con voz muy sugerente, mientras pellizcaba la servilleta con nerviosismo.
Bob se estremeció a oír a su mujer hablar así.
-Oh, qué puta eres. No sé si estrangularte o adorarte, sigue, por favor, que me estás matando, perra.
Claire sonrió y continuó:
-Me dijo que “era una puta to guarra y que mi coño estaba hecho pa una polla como la suya.” Cielo, como comprenderás, fue tan amable que tuve que hacerle una mamada. ¿Lo entiendes verdad? ¿No te enfadas conmigo?
-Oh, no, no me enfado. ¿Se la comiste bien? Dime, ¿la tenía grande? -Bob estaba empezando a sudar. Ni él mismo se podía creer el papel de sumiso cornudo que estaba adoptando de pronto, pero lo excitaba sobremanera.
-Co-lo-sal. -le susurró Claire acercándose al centro de la mesa. Dejó la punta de la lengua sobre su labio superior, para después lamer un poquito el pintalabios rojo.
-Cuéntamelo, cariño, por favor, no me hagas sufrir.
-Me puse de cuclillas. Le bajé el pantalón del chándal despacio. Comprobé que llevaba unos calconcillos blancos de Calvin Klein. Luego descubrí un vello muy rasurado, cosa que me puso a mil, luego vi un tatuaje tribal en la ingle que me pareció muy sexy, luego…
-Sí, luego qué…
-Pues empecé a descubrir lentamente su enooooorme, inmensooo, negrooo, polloooon…
-Diossss, qué zorraaa, sí, sigue -susurró Bob con los ojos en blanco.
-Estaba semierecto, sabes, pero era una pieza preciosa. Era una cosa así. -Claire le indicó a su marido el tamaño de la polla de aquel negro separando los dos índices a unos veinte centímetros de distancia.
-¿Y no estaba dura todavía? -preguntó el marido excitado.
Claire no dijo nada, solo negó con la cabeza como una inocente niña que está reconociéndole al maestro que no ha hecho los deberes.
-Luego, cuando me la metí en la boquita, se puso más grande, mucho más.
-¿Te la metiste en la boquita, puta?
-Lo que pude, cariño. Es que la tenía tan grande que no me entraba toda entera. Y mira que lo intenté, te lo aseguro.
-Sí, sé que eres muy aplicada cuando quieres. ¿Qué te decía él mientras se la chupabas?
-De todo. Que si era una putita rica y caprichosa, que me iba a enseñar lo que era una polla de verdad, que le babeara bien el manubrio con el que iba a partir a nuestra hija en dos, cosas así, cielo.
-Dios mío, síii, un cabronazo a quien le comes la polla con la que luego se folla a nuestra hija.
-Aja, exacto. ¿Y sabes? Teniendo en cuenta el calibre que gasta el hijo de puta, y te aseguro que jamás he visto una así, le tiene que rozar a Andrea el bazo cada vez que la penetra. Imagínate con la delgadita que es. Pero bueno, el caso es que me obligó un buen rato tragarme esa tranca de carne negra. ¿No te da curiosidad saber qué sabor tiene una polla negra, Bob?
-Sí, dímelo.
-Es muy distinto a la pichita blanca que tienes tú, por ejemplo. Hacerte una felación a ti es como intentar succionar la tetina de un biberón, tienes el mismo tamaño y sabor a goma inofensiva, no sé… y por el contrario, tragarse su pollón es como llenarte la boca de un mástil con sabor a semental, sudor y testosterona que me moja entera.
-Eres mala, muy mala.
Claire se subió un poco el minivestido para que su marido le viera la línea de la costura de las pantimedias. Sabía que esa imagen lo ponía muy cachondo.
-Bueno, el muy cabrón se corrió en mi boca de repente cuando más entusiasmada estaba. Yo allí mamando como loca y de pronto noto un estallido tibio que me llegó hasta la garganta. Tiene un chorro potente, el tío. Ufff. Tanto en cantidad como en densidad. Me lo trague casi todo. El resto tuve que limpiarlo de mi barbilla. Después me cogió de los pelos y me levantó como a una muñeca de trapo. Me tiró sobre el recibidor y me levantó el minivestido de Chanel. Aquellas manos grandes y fuertes sobre mis delicadas prendas me pareció de lo más sexy. Es un muchacho fuerte, duro y grande, cariño, todo lo contrario a ti.
-¿Y qué te hizo?
-Me comió el coño de lo lindo. Ufff, qué locura de lengua por Dios. Era un no parar. Estaba como fuera de sí, no sé, muy frenético. Mmmmm. Creo que le puso muy cachondo ver que debajo de las pantimedias no llevaba nada.
-¿Pantimedias? No me has dicho que llevas unas puestas.
El dolor volvió a reaparecer en la cara de Bob. Claire sabía que su marido era un fetichista incontrolado de las pantimedias, hasta el punto de no sentir el sexo plenamente sin que ella llevara unas puestas. Era un objeto de deseo enfermizo y claro, que otro hombre disfrutara de su mujer vestida en esa prenda era un golpe añadido, definitivo más bien.
-Cielo, te preocupa más que llevara pantimedias a que no llevara braguitas puestas. En fin, así eres tú. Sabes que me has acostumbrado a llevarlas siempre. Eran unas Donna Karan de la línea The Nudes, las transparentes de 10 den, muy delicadas. El Jimmy, tampoco acostumbra a quitarme las medias para comerme el coño. Igual que tú, cielo. A él también le gusta lamerme el chochito por encima. Aparta con poco el rombo de algodón (que por cierto, con él siempre acaban super, super mojado) e incide con su lengua hasta donde le deja la lycra. Mmmmm. Me encantaba sentir su barba incipiente y sobre mis nalgas y muslos. Y esa furia, desesperado por lamer y comérmelo todo…
-Claire, ¿por qué eres así conmigo? ¿Por qué me haces sufrir así?
-Bob, lo siento, pero quiero que sepas que El Jimmy me ha follado muchas veces en nuestra cama de matrimonio, y que casi siempre, después de correrse sobre mi cara, se ha limpiado la polla en tu almohada. Por cierto, siempre he dejado el semen de secarse para que apoyaras tu cara por la noche. No sé, me ponía cachonda verte dormido, con la boca tan cerca de su semen. También quiero que sepas que he gritado como si me estuviera matando cada vez que me ha follado, que han sido los polvos más salvajes y gozosos de mi vida. Que siempre que se la he chupado, no dejaba de comparar su pollón con tu ridícula pichita debilucha. Quiero que sepas que muchas veces, mientras me follaba, me ha pegado, bofetadas en la cara, y que me ha encantado. Muchas veces, después de abofetearme, me he corrido tan fuerte que no he tenido más alternativa que rogarle que me dejara lamerle el culo, cielo, como una descocada, para premiarle por lo macho que es, así, chupándole el ano como si se me fuera la vida en ello. Otras veces he notado el sabor del coño de nuestra hija en su polla, Bob, el sabor salado de su almejita. Incluso él me lo decía, que acababa de “ataladrarse” a nuestra Andrea, así lo decía, Bob, “ataladrarse”. Y yo siempre con mis ropitas caras, Bob, las que tu me comprabas, las medias que tu me comprabas. Y el se corría encima de ellas. Todas mis medias huelen a él. De hecho ha restregado su polla por toda mi lencería. Se ha corrido encima de todos los zapatos de Choo, incluso he llegado a pedirle que eyaculara sobre el bolso de Gadino de Hilde Palladino, el que me compraste para las primeras Navidades que pasamos juntos…
-¿El Gadino Bag? Dios, Claire. Ese bolso vale más de 38.000€ dólares. Es una obra de arte…
-Lo sé, lo sé. Es ridículo, pero me estuve días masturbándome pensando en la imagen de ese niñato descargando su espeso chorro sobre él. Si lo hubieras visto…
-Cállate, Claire… No sigas hablando, no puedo soportarlo más -suplicaba Bob visiblemente sudoroso, sujetándose la entrepierna con disimulo. No estaba claro si se quejaba de dolor o placer.
-Tienes que asumirlo, cielo. Ese tío se está tirando a tu mujer e hija. Es duro, pero es así. Pero tranquilo, no quiero el divorcio. Me gusta la vida que me das. Me compras todos mis caprichos y no estoy dispuesta a renegar a eso. Digamos que a partir de ahora tú serás únicamente mi tarjeta de crédito sin fondo, para estar siempre perfecta para él. Y para que todo fuera perfecto, cariño, mi ilusión sería verte sumiso ante la situación, aceptando tu rol en esta historia. Si supieras lo feliz que me harías si cedieras a ciertas cosas…
-¿Qué cosas, Claire?
-Pues mirarnos mientras follamos. Así podrías admirar lo que es un hombre de verdad, Bob. Incluso lamer su semen de mi cara, ese tipo de cosas. Incluso verte suplicarle a El Jimmy que te deje mamársela, para comprender la razón por la que tu mujer e hija están tan hipnotizadas por él. A lo mejor incluso te harías adicto a su pollazo también. En fin, ideas que tengo, cielo. Solo ideas.
Bob tenía la camisa empapada en sudor y una mancha enorme en la entrepierna. En sus ojos brillaba una excitación enfermiza que consiguió arrancarle una sonrisa a Claire.
-¿Tienes su número?
-Claro, cielo, ¿para qué lo quieres?
-Llámalo y pásamelo -dijo Bob frío como el hielo.
Claire intentó averiguar en su expresión cuál era exactamente su intención, pero no pudo. Aún así se arriesgó y cogió su Smartphone de Versace lila del bolso. Bob observó las uñas extralargas de su mujer mientras acariciaba la pantalla táctil y se las imaginó alrededor de la polla de aquel tío.
-Sí, guapo, soy yo -contestó Claire mirando fijamente a Bob, esperando instrucciones.
-Pásame el teléfono.
-Espera, amor, que el cornudo quiere hablar contigo.
Entre ellos me llaman “el cornudo”, Dios, pensó Bob mientras aceptaba el Smartphone de su mujer.
-Hola.
-Hola, capullo. ¿Tu eres el pringao del que me follo su mujer e hija? Es que me tiro a tantas que ya me hago un lío.
-Si. Soy el marido de Claire y el papá de Andrea.
Para él son unas zorras más de muchas, Dios, pensó Bob mientras miraba a su mujer.
-Ah, ¿el papá?, el papi de la nena, muy bien. ¿Claire y Andrea? ¿Las putitas ricas?
-Eh, sí.
-Ahora caigo. Tragan bien por el culo las cabronas, sí. ¿Y qué quieres, cornudo?
-Quiero darte las gracias por follarte a mi mujer como yo jamás podría. También por follarte a mi hija. Quiero pedirte que lo sigas haciendo, que las uses cómo y cuándo quieras. Me encantaría que me dejaras verte cómo te las… cómo te follas a mi mujer, quiero decir, para poder aprender.
-Bueno, campeón. Me las pensaba seguir cepillando de todas formas, pero gracias por tu bendición. Eso está hecho. ¿Quieres ver también cómo ataladro a la putita de tu hija, verdad? Es una buena comerabos, ¿sabes lo que te quiero decir? Una jodida canija, pero manejable. Hay zorras profesionales que no tragan ni la mitad que tu hija, puff, me encanta correrme en su boca mientras me mira con esos ojitos, ya sabes, tío, ojitos inocentes y todo ese rollo. Tu mujer tampoco está mal, un poco seca y ancha de coño, pero le gusta que me mee en su cara, y eso es un punto a su favor, no hay muchas guarras que lo soporten, mierda. Tu hijita tiene el coñito más estrecho, ¿sabes lo que quiero decir? Cuesta más abrirse paso, no sé, lo tiene jodidamente estrecho la muy puta y grita más fuerte que tu mujer, mierda. Buenos polvos las dos, cornudo. Por cierto, tu mujer está muy pillada por mi polla. ¿Es que la tienes muy pequeña o qué tío? Solo está diciendo lo chica que la tienes y me preocupa el asunto. Se queda flipada cada vez que me la ve… No importa las veces, siempre abre los ojos como alucinada. Tengo ganas de vértela, cornudo, para ver porqué se pone cómo loca cada vez que me la come. La verdad es que está muy pillada por mi, la muy guarra. Incluso me dijo ayer que quería tatuarse mi nombre en el coño, ja, ja, ja. ¿No te lo ha dicho? Lo va a hacer, tío, es muy fuerte, ja, ja, ja.
-Comprendo. Muy amable. Gracias de nuevo. Adiós.
Bob le pasó el móvil a su mujer, tenía una erección dolorosa bajo el pantalón. Ella mostraba una sonrisa encantadora.
-Dime, ¿qué te ha dicho? -preguntó Claire enamorada- ¿Te ha dicho algo de mí?
Claire estaba muy sexy intentando ocultar su boca abierta tras su delicada mano. La alianza en su dedo centelleó bajo la lámpara del restaurante. Era de oro rosa con varios diamantes incrustados.
-Discúlpame, tengo que hacerme una paja o voy a reventar. -dijo Bob con tono educado y se retiró hacia los lavabos.
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-Cariño, tenemos que hablar- Claire lo dijo sin tomar aire, clavando los ojos en su elección para el postre. Cogió su bolso Vuitton morado y sacó un espejito de mano para mirarse el maquillaje. Su parecido con la actriz Beth Behrs era cada día más patente, sobre todo gracias a su look “rubia-barbie-de-pelo-liso-estilo-japonés” tan acorde con el personaje de Caroline en la serie “Dos chicas sin blanca”. La paradoja del asunto es que ella no podía considerarse precisamente una chica sin blanca, teniendo en cuenta que tras casarse con un magnate neoyorquino llamado Bob Tandler (veintidós años mayor que ella), compartía una fortuna de 47 millones de dólares.
-Espero que no me hayas pedido que te trajera a la La Terrazza dell’ Eden de Roma para pedirme el divorcio. En tal caso me podrías haber ahorrado el jet privado. Y desde luego habría sido una grosería por tu parte haber pedido un vino de 400 euros la botella, cariño.
-No, no quiero el divorcio. Tranquilo. Pero tienes que saber algo.
Claire llevaba puesto un minivestido negro de Chanel, muy elegante, con unas pantimedias negras superdelicadas de Dorian Grey que le proporcionaban una textura sofisticada y sensual a sus largas y delgadas piernas. Sus encantadores pies de princesa calzaban unas increíbles sandalias de Jimmy Choo muy caras, con abertura delantera que dejaban al descubierto unos deliciosos deditos, frutos de innumerables sesiones de pedicura. La fina línea de la costura de las medias los acariciaba.
-Dispara, cielo. ¿Es el precio de ese nuevo bolso? ¿Es eso? -preguntó Bob con una sonrisa tímida.
-No, eh, digamos que… En fin, cariño…-Claire suspiró y tomó aire: -Te he sido infiel. Ya está. Bueno, eh, te soy infiel quiero decir. Bueno, que te sigo siendo infiel en el presente. ¡Dios! Lo siento.
Bob casi se atragantó con su copa de L`Ermita del 2002.
-¿Qué quieres decir? ¿Qué me estás poniendo los cuernos? Claire, ¿y dices que no quieres el divorcio? El divorcio lo quiero yo.
La tensión entre ambos se podía cortar con un cuchillo. El restaurante era de lo más selecto y los dos sabían que un tono de voz algo elevado estaba mal visto entre los responsables del local.
Claire se tocó su colgante gota de diamantes Tiffany Grace y Bob al verlo se acordó que se lo regaló dos meses atrás, para su aniversario de bodas, un capricho de 3.290 dólares para ser exacto. Bob tragó un nudo en la garganta al pensar que cuando se lo compró, ya era un cornudo sin saberlo.
-Lo siento, Bob. No sé cómo decírtelo. No creas que ha sido fácil para mí tenerlo guardado en mi interior.
Bob puso los ojos como platos.
-¿Quieres consuelo, amor? Esto es increíble. ¿Y quién es?
-¿Quién?
-¿Qué con quién me pones los cuernos, amorcito?
Bob estaba hablando un poco más alto de lo que se estilaba allí, y era probable que algunas palabras llegaran a oídos de otras mesas.
-Es mejor que no lo sepas, en serio.
-Claire, no me obligues a montar un numerito. Dime ahora mismo quién es o no respondo de mis actos.
-Esta bien, es El Jimmy.
Bob se quedó unos segundos en blanco. Su mente comenzó su particular búsqueda entre los archivos de nombres de su mente, pero llegó terriblemente a una conclusión: había solo un “El Jimmy” y era el novio de su hija Andrea, un negro de poco más de veinte años, inflado de esteroides y con un cerebro del tamaño de un dedal, incapaz de articular una frase coherente y comprensible. No, imposible, no podía ser él, sería demasiado… humillante, doloroso.
-¿Quién coño es El Jimmy, cariño?
-Ya sabes quién es.
-No, quiero escucharlo de tu boca, Claire. Especifica, por favor.
-Es el novio de nuestra hija, Bob. Pérdoname. Lo siento, de veras, pero no lo puedo evitar.
Bob permaneció en silencio. Su corazón empezó a martillearle el pecho. Era una pesadilla, eso era. Aquello no estaba ocurriendo de verdad. Su cerebro le estaba jugando una mala pasada, eso era todo. Que su hija Andrea de 19 años recién cumplidos se liara con ese tipo había sido siempre un tema de repulsa dentro de sus habituales conversaciones de matrimonio. Bob aún podía oír a su mujer decir que su hija se merecía algo mejor, que aquel saco de músculos sólo le iba a traer problemas, drogas, y esas cosas. No era cierto, Claire no podía haberse… acostado… Dios… ¡follado a ese cabronazo!
-Claire, cielo. Amor mío, esto es una broma, ¿verdad? Dime que es una puta broma…
-Shhh, cálmate, Bob. Es un buen chico, no lo infravalores. Tiene solo 22 años, pero es todo un hombre, créeme.
Todo un hombre… Aquellas palabras atravesaron el corazón de Bob como flechas puntiagudas. Dadas las circunstancias, su mujer no debía haber utilizado esas palabras… Todo un hombre.
-Claire, dime que estoy soñando.
-Desde el principio me sentí atraída por él. Sé que muchas veces he dicho cosas horrorosas de él cuando hablaba contigo, pero creo que era para autoconvencerme de que era una locura sentirse atraída por esa virilidad bruta, sin más. Pero es algo que a veces nos gusta a las mujeres. Y además, ese cuerpo con tantos músculos… Dios mío, Bob, tiene unos brazos que son como dos muslos tuyos… Tienes que entenderlo.
Escuchar cómo su mujer se estaba justificando, lo estaba matando. En serio, era demasiado.
-¿Desde cuándo llevas liada con él?
-Desde hace tres meses más o menos.
Tres meses: el collar de Tiffany. Mierda, ya estaba follándoselo cuando se lo regaló. Puta.
-¿Cómo fue? ¿Quiero decir? Madre mía… ¿Andrea lo sabe?
-No. No lo sabe, y espero que no lo descubra, porque sería muy fuerte. Todo empezó una tarde en que llegó El Jimmy a nuestra casa de Marbella. Tu estabas de viaje y yo venía de una convención de joyas. Le abrí la puerta y le dejé entrar. Andrea estaba terminando de ducharse y le invité a tomar algo. Estuvimos hablando y…
-¿Hablando? -le interrumpió Bob- ¿Se puede saber qué tipo de conversación pudiste mantener con él?
-Pues hablamos de sus progresos en el gimnasio. Sí, de eso hablamos, Bob. De que levantaba un montón de kilos en press de banca o algo así. Yo le pregunté que si podía tocarle el bíceps, para comprobar sus progresos y Dios mío, se quitó la parte de arriba sin avisar, así, de pronto, y me enseñó ese brazo… Ufff. Una cosa llevó a la otra y…
-¿Te lo tiraste allí mismo, mientras nuestra hija estaba en la ducha?
-Bueno, ese día solo se la chupé.
Solo se la chupé… Aquello era demasiado para Bob. No podía más. Claire se apresuró a calmarlo con más argumentaciones de las suyas.
-En serio, cariño, El Jimmy es un impresionante ejemplar de macho capaz de trastocar a cualquier tía. No es solo a tu hija y a tu mujer, Bob. No lo entiendes, pero es su piel de chocolate, ese cordón de oro tan vulgar colgado del cuello, esas gafas de sol estilo policía que nunca se quita, ese aroma a hombre superior… ¡Oh Dios mío! Desde siempre he pensado que los negros eran sexys, pero Bob… ¡Me quedé impactada! No pudo hacer nada por evitarlo.
-Y ¿cómo dices que iba vestido…?
La pregunta desconcertó a Claire un poco, pero al notar un descenso en el tono de su marido, creyó percibir un atisbo de sumisión que le encantó y le respondió:
-Con un chándal negro de Nike superajustado. No llevaba camiseta debajo, y claro, su torso quedaba muy marcado. Y te garantizo que con ese torso tan robusto y fuerte que tiene estaba de infarto. Además mascaba un chicle en plan chulo de barrio. Es que es toda su actitud lo que me vuelve loca.
-Increíble que te esté oyendo decir esas cosas, Claire. ¿Y cómo pudo acabar el asunto en mamada? Si puede saberse.
-Pues al principio era muy educado, claro que después no tanto… Me dijo en su lenguaje de cani que “era una tía to fina”, y que “estaba to buena”. Yo le dije que seguramente me vería algo vieja, pero me aseguró que tenía un culo mejor que el de Andrea y que tenía un par de polvos. Le dije que nunca me habían hablado tan soez, tan rudo, y que me ponía a mil…
-¿Eso le dijiste? Mmmm, qué zorra eres Claire.
-Shhh, calla y escucha. Él sonrió y agarró su miembro con firmeza. Me miró detrás de sus gafas de sol y me preguntó con su voz rasposa: ¿La señora Tandler quiere probar el rabo con el que se corre su hija a chorros?
Bob sintió un dolor en su estómago, sin embargo, aquella humillación que estaba sufriendo al oír aquellas palabras, encerraban una pequeña llama de excitación que acababa de prenderse en su interior, cosquilleándole la polla.
-Qué bajuno.
-¿Has visto, Bob? Sonó tan bajuno que me resultó superprovocador. Yo me puse delante de él, sin saber qué hacer. Decidí besarle la boca así en plan desenfrenada, metiéndole la lengua hasta la garganta, ya sabes, como una posesa. Fue supersexy. Nunca había besado a un negro, pero sentir esos labios gruesos es otra historia. Luego le fui lamiendo el pecho, ese pecho de acero, mmmm. Me detuve en sus pezones como una colegiala desesperada. La verdad es que me mojé entera al repasar ese torso tan musculado y lleno de venas. Y mientras lo hacía le decía que era una mujer insatisfecha, que sentía celos de mi hija, que tú no eras ni la mitad de hombre que él. Que lo intentabas, pero que yo necesitaba a un macho de verdad y no a un maricón sumiso, endeble y cornudo como tú -Claire hablaba con voz muy sugerente, mientras pellizcaba la servilleta con nerviosismo.
Bob se estremeció a oír a su mujer hablar así.
-Oh, qué puta eres. No sé si estrangularte o adorarte, sigue, por favor, que me estás matando, perra.
Claire sonrió y continuó:
-Me dijo que “era una puta to guarra y que mi coño estaba hecho pa una polla como la suya.” Cielo, como comprenderás, fue tan amable que tuve que hacerle una mamada. ¿Lo entiendes verdad? ¿No te enfadas conmigo?
-Oh, no, no me enfado. ¿Se la comiste bien? Dime, ¿la tenía grande? -Bob estaba empezando a sudar. Ni él mismo se podía creer el papel de sumiso cornudo que estaba adoptando de pronto, pero lo excitaba sobremanera.
-Co-lo-sal. -le susurró Claire acercándose al centro de la mesa. Dejó la punta de la lengua sobre su labio superior, para después lamer un poquito el pintalabios rojo.
-Cuéntamelo, cariño, por favor, no me hagas sufrir.
-Me puse de cuclillas. Le bajé el pantalón del chándal despacio. Comprobé que llevaba unos calconcillos blancos de Calvin Klein. Luego descubrí un vello muy rasurado, cosa que me puso a mil, luego vi un tatuaje tribal en la ingle que me pareció muy sexy, luego…
-Sí, luego qué…
-Pues empecé a descubrir lentamente su enooooorme, inmensooo, negrooo, polloooon…
-Diossss, qué zorraaa, sí, sigue -susurró Bob con los ojos en blanco.
-Estaba semierecto, sabes, pero era una pieza preciosa. Era una cosa así. -Claire le indicó a su marido el tamaño de la polla de aquel negro separando los dos índices a unos veinte centímetros de distancia.
-¿Y no estaba dura todavía? -preguntó el marido excitado.
Claire no dijo nada, solo negó con la cabeza como una inocente niña que está reconociéndole al maestro que no ha hecho los deberes.
-Luego, cuando me la metí en la boquita, se puso más grande, mucho más.
-¿Te la metiste en la boquita, puta?
-Lo que pude, cariño. Es que la tenía tan grande que no me entraba toda entera. Y mira que lo intenté, te lo aseguro.
-Sí, sé que eres muy aplicada cuando quieres. ¿Qué te decía él mientras se la chupabas?
-De todo. Que si era una putita rica y caprichosa, que me iba a enseñar lo que era una polla de verdad, que le babeara bien el manubrio con el que iba a partir a nuestra hija en dos, cosas así, cielo.
-Dios mío, síii, un cabronazo a quien le comes la polla con la que luego se folla a nuestra hija.
-Aja, exacto. ¿Y sabes? Teniendo en cuenta el calibre que gasta el hijo de puta, y te aseguro que jamás he visto una así, le tiene que rozar a Andrea el bazo cada vez que la penetra. Imagínate con la delgadita que es. Pero bueno, el caso es que me obligó un buen rato tragarme esa tranca de carne negra. ¿No te da curiosidad saber qué sabor tiene una polla negra, Bob?
-Sí, dímelo.
-Es muy distinto a la pichita blanca que tienes tú, por ejemplo. Hacerte una felación a ti es como intentar succionar la tetina de un biberón, tienes el mismo tamaño y sabor a goma inofensiva, no sé… y por el contrario, tragarse su pollón es como llenarte la boca de un mástil con sabor a semental, sudor y testosterona que me moja entera.
-Eres mala, muy mala.
Claire se subió un poco el minivestido para que su marido le viera la línea de la costura de las pantimedias. Sabía que esa imagen lo ponía muy cachondo.
-Bueno, el muy cabrón se corrió en mi boca de repente cuando más entusiasmada estaba. Yo allí mamando como loca y de pronto noto un estallido tibio que me llegó hasta la garganta. Tiene un chorro potente, el tío. Ufff. Tanto en cantidad como en densidad. Me lo trague casi todo. El resto tuve que limpiarlo de mi barbilla. Después me cogió de los pelos y me levantó como a una muñeca de trapo. Me tiró sobre el recibidor y me levantó el minivestido de Chanel. Aquellas manos grandes y fuertes sobre mis delicadas prendas me pareció de lo más sexy. Es un muchacho fuerte, duro y grande, cariño, todo lo contrario a ti.
-¿Y qué te hizo?
-Me comió el coño de lo lindo. Ufff, qué locura de lengua por Dios. Era un no parar. Estaba como fuera de sí, no sé, muy frenético. Mmmmm. Creo que le puso muy cachondo ver que debajo de las pantimedias no llevaba nada.
-¿Pantimedias? No me has dicho que llevas unas puestas.
El dolor volvió a reaparecer en la cara de Bob. Claire sabía que su marido era un fetichista incontrolado de las pantimedias, hasta el punto de no sentir el sexo plenamente sin que ella llevara unas puestas. Era un objeto de deseo enfermizo y claro, que otro hombre disfrutara de su mujer vestida en esa prenda era un golpe añadido, definitivo más bien.
-Cielo, te preocupa más que llevara pantimedias a que no llevara braguitas puestas. En fin, así eres tú. Sabes que me has acostumbrado a llevarlas siempre. Eran unas Donna Karan de la línea The Nudes, las transparentes de 10 den, muy delicadas. El Jimmy, tampoco acostumbra a quitarme las medias para comerme el coño. Igual que tú, cielo. A él también le gusta lamerme el chochito por encima. Aparta con poco el rombo de algodón (que por cierto, con él siempre acaban super, super mojado) e incide con su lengua hasta donde le deja la lycra. Mmmmm. Me encantaba sentir su barba incipiente y sobre mis nalgas y muslos. Y esa furia, desesperado por lamer y comérmelo todo…
-Claire, ¿por qué eres así conmigo? ¿Por qué me haces sufrir así?
-Bob, lo siento, pero quiero que sepas que El Jimmy me ha follado muchas veces en nuestra cama de matrimonio, y que casi siempre, después de correrse sobre mi cara, se ha limpiado la polla en tu almohada. Por cierto, siempre he dejado el semen de secarse para que apoyaras tu cara por la noche. No sé, me ponía cachonda verte dormido, con la boca tan cerca de su semen. También quiero que sepas que he gritado como si me estuviera matando cada vez que me ha follado, que han sido los polvos más salvajes y gozosos de mi vida. Que siempre que se la he chupado, no dejaba de comparar su pollón con tu ridícula pichita debilucha. Quiero que sepas que muchas veces, mientras me follaba, me ha pegado, bofetadas en la cara, y que me ha encantado. Muchas veces, después de abofetearme, me he corrido tan fuerte que no he tenido más alternativa que rogarle que me dejara lamerle el culo, cielo, como una descocada, para premiarle por lo macho que es, así, chupándole el ano como si se me fuera la vida en ello. Otras veces he notado el sabor del coño de nuestra hija en su polla, Bob, el sabor salado de su almejita. Incluso él me lo decía, que acababa de “ataladrarse” a nuestra Andrea, así lo decía, Bob, “ataladrarse”. Y yo siempre con mis ropitas caras, Bob, las que tu me comprabas, las medias que tu me comprabas. Y el se corría encima de ellas. Todas mis medias huelen a él. De hecho ha restregado su polla por toda mi lencería. Se ha corrido encima de todos los zapatos de Choo, incluso he llegado a pedirle que eyaculara sobre el bolso de Gadino de Hilde Palladino, el que me compraste para las primeras Navidades que pasamos juntos…
-¿El Gadino Bag? Dios, Claire. Ese bolso vale más de 38.000€ dólares. Es una obra de arte…
-Lo sé, lo sé. Es ridículo, pero me estuve días masturbándome pensando en la imagen de ese niñato descargando su espeso chorro sobre él. Si lo hubieras visto…
-Cállate, Claire… No sigas hablando, no puedo soportarlo más -suplicaba Bob visiblemente sudoroso, sujetándose la entrepierna con disimulo. No estaba claro si se quejaba de dolor o placer.
-Tienes que asumirlo, cielo. Ese tío se está tirando a tu mujer e hija. Es duro, pero es así. Pero tranquilo, no quiero el divorcio. Me gusta la vida que me das. Me compras todos mis caprichos y no estoy dispuesta a renegar a eso. Digamos que a partir de ahora tú serás únicamente mi tarjeta de crédito sin fondo, para estar siempre perfecta para él. Y para que todo fuera perfecto, cariño, mi ilusión sería verte sumiso ante la situación, aceptando tu rol en esta historia. Si supieras lo feliz que me harías si cedieras a ciertas cosas…
-¿Qué cosas, Claire?
-Pues mirarnos mientras follamos. Así podrías admirar lo que es un hombre de verdad, Bob. Incluso lamer su semen de mi cara, ese tipo de cosas. Incluso verte suplicarle a El Jimmy que te deje mamársela, para comprender la razón por la que tu mujer e hija están tan hipnotizadas por él. A lo mejor incluso te harías adicto a su pollazo también. En fin, ideas que tengo, cielo. Solo ideas.
Bob tenía la camisa empapada en sudor y una mancha enorme en la entrepierna. En sus ojos brillaba una excitación enfermiza que consiguió arrancarle una sonrisa a Claire.
-¿Tienes su número?
-Claro, cielo, ¿para qué lo quieres?
-Llámalo y pásamelo -dijo Bob frío como el hielo.
Claire intentó averiguar en su expresión cuál era exactamente su intención, pero no pudo. Aún así se arriesgó y cogió su Smartphone de Versace lila del bolso. Bob observó las uñas extralargas de su mujer mientras acariciaba la pantalla táctil y se las imaginó alrededor de la polla de aquel tío.
-Sí, guapo, soy yo -contestó Claire mirando fijamente a Bob, esperando instrucciones.
-Pásame el teléfono.
-Espera, amor, que el cornudo quiere hablar contigo.
Entre ellos me llaman “el cornudo”, Dios, pensó Bob mientras aceptaba el Smartphone de su mujer.
-Hola.
-Hola, capullo. ¿Tu eres el pringao del que me follo su mujer e hija? Es que me tiro a tantas que ya me hago un lío.
-Si. Soy el marido de Claire y el papá de Andrea.
Para él son unas zorras más de muchas, Dios, pensó Bob mientras miraba a su mujer.
-Ah, ¿el papá?, el papi de la nena, muy bien. ¿Claire y Andrea? ¿Las putitas ricas?
-Eh, sí.
-Ahora caigo. Tragan bien por el culo las cabronas, sí. ¿Y qué quieres, cornudo?
-Quiero darte las gracias por follarte a mi mujer como yo jamás podría. También por follarte a mi hija. Quiero pedirte que lo sigas haciendo, que las uses cómo y cuándo quieras. Me encantaría que me dejaras verte cómo te las… cómo te follas a mi mujer, quiero decir, para poder aprender.
-Bueno, campeón. Me las pensaba seguir cepillando de todas formas, pero gracias por tu bendición. Eso está hecho. ¿Quieres ver también cómo ataladro a la putita de tu hija, verdad? Es una buena comerabos, ¿sabes lo que te quiero decir? Una jodida canija, pero manejable. Hay zorras profesionales que no tragan ni la mitad que tu hija, puff, me encanta correrme en su boca mientras me mira con esos ojitos, ya sabes, tío, ojitos inocentes y todo ese rollo. Tu mujer tampoco está mal, un poco seca y ancha de coño, pero le gusta que me mee en su cara, y eso es un punto a su favor, no hay muchas guarras que lo soporten, mierda. Tu hijita tiene el coñito más estrecho, ¿sabes lo que quiero decir? Cuesta más abrirse paso, no sé, lo tiene jodidamente estrecho la muy puta y grita más fuerte que tu mujer, mierda. Buenos polvos las dos, cornudo. Por cierto, tu mujer está muy pillada por mi polla. ¿Es que la tienes muy pequeña o qué tío? Solo está diciendo lo chica que la tienes y me preocupa el asunto. Se queda flipada cada vez que me la ve… No importa las veces, siempre abre los ojos como alucinada. Tengo ganas de vértela, cornudo, para ver porqué se pone cómo loca cada vez que me la come. La verdad es que está muy pillada por mi, la muy guarra. Incluso me dijo ayer que quería tatuarse mi nombre en el coño, ja, ja, ja. ¿No te lo ha dicho? Lo va a hacer, tío, es muy fuerte, ja, ja, ja.
-Comprendo. Muy amable. Gracias de nuevo. Adiós.
Bob le pasó el móvil a su mujer, tenía una erección dolorosa bajo el pantalón. Ella mostraba una sonrisa encantadora.
-Dime, ¿qué te ha dicho? -preguntó Claire enamorada- ¿Te ha dicho algo de mí?
Claire estaba muy sexy intentando ocultar su boca abierta tras su delicada mano. La alianza en su dedo centelleó bajo la lámpara del restaurante. Era de oro rosa con varios diamantes incrustados.
-Discúlpame, tengo que hacerme una paja o voy a reventar. -dijo Bob con tono educado y se retiró hacia los lavabos.
video porno da scaricare gratisPerra puta malnacida eso te hubiera exitado mas esperad que tu novio cuando te aga el amor te diga haci
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